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Rubén Alcázar «El coste económico de los fertilizantes es muy bajo, pero su coste ecológico es muy alto»

La agricultura intensiva y el uso excesivo de fertilizantes químicos comportan una importante contaminación medioambiental. Una de las medidas más prometedoras para conseguir cultivos más sostenibles es el uso de bioestimulantes, y en este contexto, el grupo liderado por el Dr. Rubén Alcázar, de la Facultad de Farmacia y Ciencias de la Alimentación de la Universidad de Barcelona, trabaja en un proyecto para desarrollar un producto bioestimulante basado en el uso de bacterias extraídas de suelos naturales. El proyecto ha recibido una ayuda de 25.000 euros del Fondo de Valorización (FVal), en el marco del programa Fondo para el Impulso a la Innovación (F2I) de la Fundación Bosch i Gimpera y la UB.

¿De qué trata el proyecto?

El proyecto trata del desarrollo de un producto bioestimulante para plantas. ¿Y qué es un bioestimulante? Pues un producto que sirve para estimular el crecimiento de las plantas favoreciendo la absorción de los nutrientes. Estos bioestimulantes son interesantes porque permitirían, en principio, reducir el uso de fertilizantes mientras las plantas absorben la misma cantidad de nutrientes. El exceso de fertilizantes está dando actualmente muchos problemas de contaminación en aguas superficiales y subterráneas, y existe el ideal, a nivel europeo e internacional, de reducir el impacto por el uso de fertilizantes. Y para ello hay que aumentar la capacidad de las plantas de absorber los nutrientes utilizando estos bioestimulantes. Nosotros estamos desarrollando un bioestimulante basado en microorganismos bacterianos de origen natural que se encuentran en los suelos. En un proyecto anterior generamos una colección de 187 bacterias, pero salió una normativa que ahora se está implementando a nivel europeo que nos limita qué bacterias podemos utilizar. Ahora estamos trabajando con rizobacterias y, dentro de la extensa colección que tenemos, nos hemos acotado a un número reducido de bacterias de este género.

¿En qué cultivos se podría aplicar esta bacteria?

Sobre estas bacterias concretas se sabe que en las plantas leguminosas permiten la nodulación y fijación de nitrógeno. Sin embargo, nosotros estamos probando la capacidad bioestimulante de estas bacterias con cuatro especies: el tomate, la colza, la soja y el arroz. Los cuatro son cultivos extensivos, porque nos interesa el impacto sobre la agricultura. Para estas especies hemos seleccionado cinco rizobacterias que sabíamos que funcionaban en un modelo que trabajamos en un proyecto anterior, y ahora las probaremos para ver si funcionan en plantas de interés agronómico.

¿Qué beneficios ofrecen los bioestimulantes respecto a los fertilizantes?

Estamos en una situación en la que necesitamos un cambio hacia una agricultura más sostenible. Los fertilizantes químicos tal como los estamos entendiendo ahora no son sostenibles. Se utilizan, básicamente, porque su coste económico es muy bajo, pero su coste ecológico es muy alto. También hay otro tema importante, el cambio climático, que cada vez nos trae más episodios extremos. Las heladas, por ejemplo, son un problema enorme. Una helada cuando no toca puede dañar todos los cultivos. Pues bien, algunos bioestimulantes, aparte de favorecer el crecimiento de las plantas, también tienen capacidad protectora. Y si consigues un bioestimulante que tenga las dos capacidades será un muy buen producto para poder hacer frente a estos episodios extremos que cada vez son más frecuentes.

¿Qué beneficios aportarían estos bioestimulantes respecto a los que ya existen en el mercado?

En la actualidad es habitual desarrollar bioestimulantes a partir de hongos. Nosotros, en cambio, trabajamos con bacterias, porque su cultivo es más rápido y tienen un coste significativamente inferior. Es verdad que existen algunos productos bioestimulantes comerciales basados ​​en bacterias, pero tampoco muchos. Y que cumplan la normativa actual todavía hay menos. Por otra parte, decidimos también no utilizar un bioestimulante de origen orgánico, porque éstos normalmente están formados a partir de desechos, de extractos de algas, etc. Y esto plantea un problema con la homogeneidad de las materias primas, porque no siempre es fácil obtener un producto de partida igual.

¿Cómo se están recibiendo los bioestimulantes por parte de los agricultores?

Bueno, ha habido reacciones muy diversas. Los agricultores lo que quieren es algo que funcione y, algunos de ellos, que no pase por los transgénicos. Nosotros aquí no estamos aplicando transgénicos, lo que tenemos es un producto que desde el principio se debería poder aplicar a los cultivos, y por lo tanto esperamos que sea recibido de manera positiva. Sin embargo, como todo en la agricultura, será algo gradual, porque pasar de utilizar muchos fertilizantes a utilizar menos, con el riesgo que ello puede comportar para el agricultor en términos de menor producción, es difícil. Hay que convencerlos con datos experimentales. Y a través de este proyecto lo que haremos es precisamente demostrar con datos que este producto funciona y que es una buena alternativa.

¿Cómo ayudará la F2I obtenida a hacer avanzar el proyecto?

El dinero es esencial para poder desarrollar los ensayos de campo que estamos haciendo en diferentes cultivos. Hasta ahora hacíamos una investigación más básica con una planta modelo. Ahora, al haber dado el paso a unas especies de interés agronómico, necesitábamos realmente una nueva fuente de financiación para caracterizarlas. De hecho, este proyecto lo teníamos parado desde que se terminó una ayuda Semilla que recibimos, y ahora lo hemos retomado otra vez gracias a este impulso de la ayuda Fondo para el Impulso de la Innovación (F2I) de la FBG.

¿Cuál es la importancia de la transferencia de conocimiento?

La transferencia es quizás una de las patas que sustenta la investigación en los centros de investigación y las universidades. Históricamente la transferencia ha estado un poco olvidada; siempre era mejor publicar un ‘paper’’, pero hacer una patente no estaba tan bien visto. Ahora esto sí que está cambiando, porque se está viendo que no tiene ningún sentido hacer investigación de excelencia y que luego no haya transferencia a la sociedad. Para mí eso es muy importante, y creo que estamos en un cambio de ciclo.

En mi opinión la transferencia es esencial para que la sociedad vea que el dinero público que reciben los centros de investigación y las universidades tiene un retorno, además de la generación de conocimiento, que también es súper importante. Con las tecnologías el retorno es claro: todo el mundo tiene un teléfono inteligente con unas aplicaciones, etc. Pero en muchas otras áreas de investigación como es la investigación en el ámbito de la biología de las plantas este retorno no es tan evidente. Hacerlo evidente con un producto que no sólo se puede usar en la agricultura sino también a nivel doméstico –en los huertos urbanos, por ejemplo– hace que la gente lo perciba mejor. Por eso, yo creo que la transferencia es una de las partes más importantes de la investigación.


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Uno de los pilares fundamentales de la investigación que llevamos a cabo en nuestra universidad. Cuando tengo una reunión con la FBG disfruto mucho. Los profesores a veces no tenemos esta formación de transferencia, no nos lo han enseñado en la carrera. La FBG tiene una función esencial que nos permite a los investigadores transformar nuestro conocimiento en resultados tangibles. Yo de la FBG aprendo muchísimo, y me gusta mucho porque me hace también cambiar mi manera de pensar, que es diferente de la forma de pensar del mundo empresarial. A veces a nosotros nos falta esta perspectiva que la FBG nos hace ver, y nos acompaña para poder transferir nuestros resultados con éxito.

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